lunes, 16 de diciembre de 2013

MINICUENTOS DE NAVIDAD IV

MINICUENTOS DE NAVIDAD IV

(NAVIDAD 2012)



Conocí una vez a un hombre que se sentía dichoso... Vivía en una casa grande, con un bien cuidado jardín, y hasta tenía un perro enorme con nombre aristocrático. Al llegar Nochebuena, se preparaba una mesa larga en el enorme salón que la casa tenía, y hasta allí llegaba buena parte de su familia y muchos amigos, de él y también de sus hijos. Y la gente disfrutaba cantando algún villancico y brindando con copas de cava y de una especie de ponche, hecho a base de zumo de naranja. Pero aquel hombre dejó de ser dichoso... o al menos eso parecía. Y aquella casa de inmenso jardín se convirtió en otra con una pequeño jardín en la entrada. Y posteriormente se convirtió en un enorme piso, sin jardín, en el centro de la ciudad,... Y después se transformó en un piso más normal... Y, por desgracia también pasó, que mientras iba menguando el espacio, también menguaron las visitas, y cada vez menos gente pasaba a brindar en aquella casa, que a pesar de todo, siempre tenía las puertas abiertas la noche de Nochebuena, y donde nunca se dejó de cantar, ni se dejó de brindar con cava y con “Agua de Valencia”. Muchos de los que mantuvieron la tradición de visitarle casi hasta el final de sus días, se arrepienten ahora de no haber pasado más Nochebuenas con él, aunque precisamente no fuera, porque preferían ir a aquella casa grande del perro de nombre aristocrático. Sin embargo, para siempre, guardarán en sus recuerdos, y así contarán a los suyos, que ellos solían pasar a tomar con aquel hombre de de corazón sencillo y pañuelo de seda al cuello, una última copa para brindar porque Dios había nacido, en un portal aún más sencillo que cualquiera de nuestros hogares...

Erase una vez un hombre que andaba un poco pachucho... No era nada grave y como todos sus problemas,  se lo tomaba con muy buen talante. Es de los que piensa que las penas con pan son menos... Estaba una tarde solo en casa viendo la tele, a duras penas por cierto, sentado en el sofá de un salón medio a oscuras. Su mujer había salido a comprar unas cosas, y el resto de su pequeña familia había ido creciendo sin darse cuenta y, como era lógico, cada uno hacía ya casi su vida por su cuenta.  A medias entre el aburrimiento, y a medias por la época, cogió un papel y un bolígrafo... Se acercó un libro para usarlo de soporte, y con alguna dificultad, empezó a escribir "Queridos Reyes Magos...." En un momento, al escribir esto, pasaron por su mente su vida y la de toda esa pequeña familia que tanto había compartido con él... Se vio así mismo riendo, llorando, pensando,...viviendo. La puerta se abrió de repente y su mujer y sus hijas  irrumpieron formando escándalo en aquel salón, lleno de paz hasta hacía solo unos momentos...y él se apresuró para esconder entre las hojas de aquel libro, aquella carta de solo tres palabras. Le estamparon varios besos, y, lo más importante, le regalaron esa sonrisa que, a pesar de los pesares, le hace pensar que es un tipo afortunado. Aprovecó que  se alejaron para soltar lo que traían, y con la sonrisa de un colegial, volvió a sacar aquel folio escondido en el libro y terminó de escribir...: "Queridos Reyes Magos: Gracias a Dios no necesito nada más de lo que tengo... Feliz Navidad" Y la dobló, pensando como podría hacer para poder enviarla...

Tengo un amigo que no solo heredó de su padre el nombre, sino la afición por ciertas cosas, un estilo de vestir y hasta una forma de vivir y de creer. Aquel padre que tanto admiraba fue cumpliendo años a la vez que le repartía lecciones y le llegó la hora de partir hacia el padre, algo para lo que por momentos, parecían ambos estar preparados. En aquellas horas, allá donde ahora despedimos a los nuestros, aquel amigo compartió con él todos sus recuerdos. Recordó con él las charlas de cofradías, recordó con él tardes de paseo de diciembre, cuando al entrar en el belén de San José, siempre repetía aquel “dentro de nada, ya estamos viniendo al besamanos y a ver los pasos el Domingo de Ramos...” Recordó aquel año en que por una enfermedad, olvidaron casi montar el belén en el salón de casa, y le dieron forma la misma mañana de Navidad para celebrar su mejoría, algo que repitieron ya desde entonces... y recordó, recordó,....recordó. Pero hubo un momento, en el que casi el sol asomaba a lo lejos, en el que quedó solo en aquellla fría habitación. Y entonces también recordó como disfrutaba su padre oyéndole cantar aquellos Campanilleros de Manuel Torre que siempre le gustaba entonar. Armándose de valor, encajó la puerta, y como en un último deseo no escrito, musitó levemente el recordado “A la puerta de un rico avariento...” Su piel tembló casi tanto como su voz, y cuando terminó, enjuagando discretamente sus mejillas se dirigió hacia la puerta para abrirla nuevamente, mientras su padre, sonreía a escondidas, orgulloso de haber podido oír una vez más aquel villancico, mientras el aire fresco de aquella mañana de Abril, olía a pestiños y anís casi por sorpresa.
 Quedó una vez un hombre con sus amigos para ir a una zambomba. Tal y como se estaba vistiendo para irse, menos ganas iba teniendo. La semana había sido difícil en el trabajo, males en la familia,...lo que casi todo el mundo. Pensó en llamar y decir que no les acompañaba, pero por no quedar de guasa...al final salió. Se dirigía hacia el lugar de destino y caminando, todos compartían esos problemas del día a día actual, que él pensaba que eran de su exclusiva propiedad...y que pronto reparó en que eran, por desgracia, un mal común. Pidió una copa de anís como sus amigos y casi sin ganas balbuceaba los primeros villancicos. De pronto, y como si de un televisor se tratara, aisló el ruido de aquel patio y fue fijándose en las caras de todos los que formaban aquel informal coro, intentando adivinar a cual de ellos habían despedido hace unos días, a cual de ellos había abandonado su novia, y a cual de aquellos hombres y mujeres la enfermedad de alguien cercano le quitaba y el sueño.... Y llegó a la conclusión de que era imposible. Porque a pesar de aquel silencio postizo, todos sonreían y se miraban con complicidad. Entendió que en aquella fiesta de toda la vida, se aparcaban los problemas,...al menos por unas horas... Que la zambomba en Jerez era un patrimonio para repartir alegría... Y él decidió hacer lo mismo, y poner al mal tiempo buena cara mientras entonaba aquello de...”Yo no quiero tus riquezas ramiré,...que lo que quiero, es tu alma”.
 Estaba un hombre en su casa montando como cada año su Nacimiento. Arrugó algo de papel para hacer unas montañas, colocó algo de lentisco en los bordes simulando árboles y sacó un trozo viejo de espejo donde colocó unos pequeños patos para que simulara un tranquilo lago. Colocó el pastor de la gallina en brazos, la muchacha con la tinaja en la cintura y en el fondo, casi puestos de lado a las tres o cuatro figuras que con un ángel recreaban la anunciación. Espolvoreó serrín por el suelo, puso aquel viejo papel pintado que simulaba un horizonte en el fondo y colocó estrategicamente a los tres Reyes Magos, dándole metros para poderlos ir acercándolos al portal conforme avanzaban las fiestas. Para finalizar el ritual de aquel belén tan tradicional, sacó una vieja caja que a modo de tesoro conservaba el misterio, que bien se guardaba de ser siempre lo último en poner... Sacó una imagen sonriente de la Virgen y también a San José, situó el pesebre en el centro y puso con mimo al niño Jesús...y luego quedó bloqueado cuando al fondo de la caja aparecieron la vieja mula y el buey que desde hacía tantos años se habían encargado de darle calor al niño en aquel rincón de su casa. Los puso primero en el serrín y con la mano en la barbilla y el gesto dudoso, miraba al fondo del establo sin saber que hacer. Detrás su mujer que observaba la escena sin que él se diera cuenta, se acercó al oído y le susurró...: “Acaso tú crees que después de tantos años...¿el Papa va a venir esta Navidad a casa justo este año?. Y él, sobresaltado, volvió la cara... y sonrió. Y volvió a poner aquellos dos animales donde siempre, intuyendo que al día siguiente no tendría que confesarse por lo que acababa de hacer, exclamando un sincero “Que Dios me perdone...”

Tengo un amigo que nació en Jerez y casi no lo aparentaba. Su imaginaria bandera azul y blanca, que paseaba orgulloso cuando viajaba fuera, permanecía sin embargo encerrada en un cajón durante días y días sin propósito de enmienda. Era capaz de perderse literalmente por las calles del centro como si estuviera en una ciudad desconocida, de confundir los nombres de bares emblemáticos o de asombrarse por la belleza de ciertas iglesias cuando entraba casi como un turista. Pero lueg,o ocurrió que aquel amigo casi ajeno a las tradiciones de su pueblo, en poco tiempo, piso las arenas de Doñana con una medalla morada en su pecho, se fajó un recio esparto en una fría madrugada de Viernes Santo, y ahora, va a tener la suerte de vivir en primera persona la noche más mágica del año. Igual que aquel mago viajó desde Oriente querido amigo, tu particular Mesías es una ciudad que espera tu ilusión como agua caída del cielo. Habrá quien te pida juguetes, pero otros muchos te pedirán poder volver a casa, otros salud para sus familias y para los que están por llegar y otros simplemente solo te pedirán volver a sonreír como hasta hace muy poco lo hacían..Y usted que ahora me lee, esbozando una sonrisa, reconociéndose a sí mismo en una de estas peticiones, además se podrá dar el gusto de decirme encima,....que Baltasar siempre fue su rey favorito... Yo como creo que las cosas no pasan por casualidad, solo te deseo lo mejor porque te lo mereces, y te recuerdo que todo lo que vas a vivir es gracias a que dentro de solo unos días, Dios vuelve a nacer, como cada año, para que todos intentemos ser un poco mejores...

FELIZ NAVIDAD A TODOS...

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