lunes, 22 de diciembre de 2014

MINICUENTOS DE NAVIDAD V


MINICUENTOS DE NAVIDAD V

(NAVIDAD 2014)

Éranse una vez unos amigos…que no sabían que lo eran. Cada uno nació en un sitio distinto, y en ese sitio crecieron. Aunque, casi sin saberlo tampoco, a todos los alumbró durante mucho tiempo un mismo sol, ese que dicen que alumbra y que calienta como en ninguna parte del mundo. Pero a todos ellos les sucedió, que tuvieron la mala suerte de estar en el sitio equivocado en el momento menos oportuno. Y marcharon todos a un sitio desconocido, lejos de casa,…aunque tuvieron la suerte de conocer allí a una pareja que les abrió de par en par las puertas de su mesón, no como hiciera aquel rico avariento cuando un cansado San José llamara a su puerta pidiendo posada. Para ellos es Navidad,… más o menos una vez al mes. O sea, cada vez que hacen por verse para intentar acortar los kilómetros y para intentar convertir en risas tantos momentos difíciles. No saben cuánto tiempo seguirán celebrando esta particular y eterna Navidad, pero lo que sí tienen claro, es que, como dijo un día uno de ellos, “…todo esto ha tenido sentido...porque si no, no nos hubiéramos conocido nunca…”. A lo que muchos contestaron...AMEN


Estaban una tarde de verano dos amigas tomando un café en el jardín de la casa de una de ellas. No era un día especialmente caluroso, y ellas comentaban sus cosas, mientras los niños jugaban y corrían por aquel jardín, y entraban y salían de la casa cogiendo o soltando algo con lo que jugar. De pronto, Luisito se plantó muy serio al lado de la anfitriona, con una caja blanca cerrada, sin marca ni letrero alguno. Con la caja en la mano, miró a su madre, que al ver lo que traía,…le dirigió una mirada sorprendida y un alto, seco e innegociable “¿¿¿Otra vez??? Te he dicho ya cien veces que no!!!” Y Luisito, frunció el labio inferior mostrando su mosqueo, y se volvió con cara de pocos amigos con su caja blanca en las manos, justo por donde había venido. Y se metió en su cuarto, dando un fuerte portazo en señal de enfado. Su amiga, en el jardín, le preguntó el porqué de aquella situación, y la madre medio susurrando, le dijo que le acompañara hacia una de las ventanas de la casa, añadiendo un clarificador “A ver si tú crees que esto es normal…” Se asomaron desde fuera al cuarto de Luisito, que aprovechando que la puerta estaba cerrada, había sacado de aquella caja blanca las figuras de un precioso belén que había ya montado y preparado encima de su pequeña cama, ignorando que alguien le espiaba por la ventana que daba al jardín. Había colocado pastores y animales desde los pies de la cama en hilera, puso en una esquina un pozo y a un labrador, pegada a la pared puso al ángel de la anunciación y había usado una almohada para formar un portal donde había colocado a la Virgen, a San José y donde estaba poniendo ahora al Niño Jesús…con un especial cuidado. “¿Tu crees que esto es normal…en Agosto???”- le preguntó la madre a su amiga. Esta sonrió respondiendo: “No le riñas mujer. Todo sea eso... Además ¿Hay acaso cosa más bonita ...que soñar todo el año con la Navidad?


Érase una vez un matrimonio, que esperaba un nuevo retoño. Más concretamente “una retoña”… Era como un nuevo regalo que llegaba a casa. Como esas buenas noticias que llegan y que a pesar de ser esperadas, llenan de aire nuevo los muros de un hogar de vez en cuando. Fuero al médico un día, y éste les dijo que todo iba muy bien, pero que veía conveniente programar una fecha para el parto. Mientras el doctor pasaba unas páginas con el cuadrante de sus turnos para encontrar una fecha, el padre, levantó la mano como un alumno educado, y pidió hacer una pregunta. “¿Y….podría ser….el mismo día de Navidad? O sea…el día veinticinco,.. pregunto…” Durante unos segundos se produjo un silencio que hizo cruzarse las miradas del doctor y la paciente. Y luego ambos miraron al futuro padre…sin que nada más hiciera falta añadir. Salió un poco desilusionado de la sala, aunque en el fondo convencido de que ese día era realmente complicado organizar lo que pretendía, y a pesar de todo... con la satisfacción de al menos haberlo intentado y, por qué no decirlo también, contento de no haberse llevado una bronca... Eso sí, el día del parto, nadie lo frenó para colarse hasta donde cas nadie lo intenta. Y allí, rodeado de gente, pero a solas con aquella nueva criatura que aún lloraba como todo recién nacido, le susurró al oído dulcemente Calle de San Francisco, para que fuera lo primero que aquella niña oía...y para que nunca olvidara que había nacido en Jerez, y muy muy cerquita del día en que nació el Señor. Y hasta dicen, que aquel villancico,... la hizo dejar de llorar…


Había una vez un niño al que le encantaban los Reyes Magos. Se había acostumbrado, casi desde donde le alcanzaba su memoria, a ir después de la cabalgata a algún sitio amplio, con mucha gente y siempre distinto, donde hacía una cola con otros niños para recoger el regalo que los Reyes le habían dejado. Por desgracia, ese regalo casi nunca coincidía con el que él había puesto en su carta,…pero le gustaba tanto aquello, que poco le importaba. Se iba a casa siempre, más contento que unas pascuas…nunca mejor dicho. Al que parecía importarle más, era a su padre, que casi siempre dejaba escapar una lágrima cuando iban de camino a casa, sin que él acabara a comprender bien porqué… Aquel año, después de la cabalgata, le preguntó a su padre donde iban a recoger el regalo ese año, y éste con una inmensa sonrisa se agachó y mirándole a los ojos le dijo, que gracias a Dios ese año no necesitarían ir a recogerlos a ningún sitio. Y le contó que aquel año, después de mucho tiempo, los Reyes dejarían los regalos en su misma casa, y que los verían al levantarse por la mañana. Cumplió con lo que le dijeron, de irse a la cama temprano, y de dejarle algo de comer y de beber tanto a sus majestades, como a los pajes y a los camellos. Y el cansancio y el trajín de la tarde le hicieron dormirse como un bendito. El sol y los nervios le hicieron levantarse, y pudo ver por primera vez el salón de su casa lleno de regalos y nombres… Pero su mirada se fue de inmediato a un pergamino enrollado que estaba sobre la mesa. Al ver su nombre en él fue a cogerlo, y de su interior cayó a sus manos una medalla con un cordón de dos colores con la que había soñado desde hacía mucho mucho tiempo... Le dijo a su padre que le leyera lo que ponía en su interior, y entre alegre y nervioso y con un par de lágrimas a punto de bajar por sus mejillas, entendió que los Reyes le habían hecho el mejor regalo de su vida. Aunque para poder disfrutarlo y sobre todo vivirlo tuviera que esperar... hasta la primera luna de la primavera…

Tengo un amigo, al que le pasa con la Navidad como al humorista Eugenio cuando contaba aquel chiste del reloj de oro: que tenía días... De momento le entraban unas ganas enormes de cantar un villancico de los de siempre, de momento estaba deseando que fuera ya el siete de Enero. Porque aunque en su interior seguía alumbrando una pequeña llama de ilusión, la vida le había ido poco a poco apagando esa alegría que en Navidad se necesita. El desazón, la lejanía, el ver que a veces el esfuerzo no es señal de recompensa, la sensación de que algún amigo le había cambiado “por un puñado de dólares”…, todo lo que acumulaba en sus momentos de soledad, le iban ganando la batalla a su semblante sencillo y amable en estas fechas. Tanto es así, que hasta a veces estaba convencido de que realmente vivía atrapado en unos palacio hecho de auténticos muros de hielo,…que a veces parecían derretirse, y a veces parecían volverse duros como el granito, no sabía bien por que... En uno de esos momentos estaba, dudando si se ponía a cantar o simplemente intentaba darle hacia adelante a esta película llamada Navidad, cuando una noche, casi quedándose dormido, pensó en cómo sería el regreso a su lugar de siempre justo cuando la Virgen María ya anduviera buscando casi posada… Y en sus primeros sueños, imaginó la cara de su gente, con una inmensa alegría por verle de nuevo, y la de sus amigos, deseando resumir en solo unos minutos lo que durante tanto y tanto tiempo no habían podido contarle… Y pensó que a lo mejor merecería la pena no echar la vista atrás, sino hacia adelante. Porque solo eso con lo que había soñado, era suficiente para celebrar que casi ese mismo día, nacía Jesucristo en los rostros de tanta gente a la que echaba de menos cada día. Y presuroso, preparó impaciente aquella maleta en la que, además de meter ropa de abrigo, no olvidó guardar las mejores de las sonrisas que aún tenía, con el propósito de no guardarse ni una sola para él... Y decidió dejar en aquel armario, las penas y los malos momentos…que para eso ya tenemos el resto del año. Y también pensó, que Jesús nace de nuevo una vez al año para todos, y esa buena noticia hay que aprovecharla, porque nunca se sabe...dónde podrías recibirla el año que viene…


FELIZ NAVIDAD A TODOS. QUE EL SEÑOR OS BENDIGA…

jueves, 29 de mayo de 2014

PARA EL PREGÓN DEL ROCIO 2014 DE MI AMIGO ANDRÉS VILLAGRÁN...



EL MINICUENTO DE LUIS “EL DEL CERRO”
 

Érase una vez un tal Luis, que no era rociero. Creyente, católico, practicante… pero no, rociero no. Tenía, como casi todos, su grupito de amigos que sí que iban al Rocío, pero a él por más que le contaban, no le convencían. Él sólo veía polvo en lugar de paisajes, ruido donde había cantes, calor donde había promesas… Pero ¿y a quién no le ha pasado alguna vez esto? Un día de estos en los que tomando una copa llega ese típico: “¿A que tú no tiene való de…?” y como a todos alguna vez nos pasó, él dijo: “sí”.

Así que nada, no sin muchos momentos de arrepentimiento por el camino, y con más miedo que vergüenza, allí se veía el bueno de Luis, un miércoles muy temprano en la Alameda Cristina, perfectamente ataviado, fijándose en mil cosas en las que antes no había reparado, poca conversación, la mirada perdida y sin saber dónde se había metido.
Y comenzó el camino, y con él su particular calvario. Le tocó en la parte de atrás de un vetusto todoterreno. Al lado suya iban tres maletas que no cabían en la baca que resbalaban en las curvas y se le caían encima, no podía colocar los pies en el suelo porque había una caja de botellines de cerveza que tampoco cabían, y en la parte superior del maletero, justo detrás suya, había una enorme caja llena de servilletas de papel y una pandereta que se venía hacia adelante y le golpeaban la cabeza en cada frenazo.

- “¿Me podéis explicar para qué demonios llevamos aquí esta caja de servilletas y esta pandereta si vosotros ni os limpiáis las manos ni tocáis la pandereta?”

- "Por si acaso compare, lo llevamos por si acaso…”.

Cuando uno va en esa línea, suele suceder que te pasa todo aquello que puede empeorar la situación: le tuvieron que poner un Urbason por los mosquitos, se le pinchó la colchoneta y plegando la “Quechua”, se le partió en Marismillas.

La comitiva llegó temprano el jueves a Carboneras, y mientras sus amigos charlaban un rato con otra reunión, nuestro amigo decidió tomarse un respiro y consiguió relajarse. Contemplando el atardecer en el Coto, el silencio se hizo en su interior, y durante un momento creyó que todo lo malo de los días anteriores ni siquiera había pasado. Pero al día siguiente, se levantó temprano, como todos. La mañana, extrañamente, parecía más tranquila de lo habitual y en el ambiente se respiraba como la víspera de un día grande. El sol empezaba a mitigar el frío en los cuerpos de los madrugadores romeros.

La caravana, encaminó sus pasos hacia el Cerro de los Ánsares, aquel sitio del que tanto le habían hablado sus amigos, por momentos incluso, con cierto tono de misticismo. El vehículo fue abriéndose paso y tras dos o tres golpes de volante se dio de frente con la imponente imagen de los carros recortando un infinito horizonte, donde el azul del cielo, y el blanco de la arena, se besaban dulcemente en una estampa que sus ojos jamás olvidarían. Bajaron, y se acercaron al círculo que se formaba para celebrar la santa misa. La gente se miraba y sonreía, pero había pequeños silencios y gestos serios en los rostros de muchos de los que allí había. Es el momento de los recuerdos, del rápido recuento que hace la memoria desde la última vez que estuvimos allí. De las miradas perdidas. De los rezos susurrados, de sentarnos y arrodillarnos y acariciar brevemente con las manos la arena más pura y limpia que jamás hayamos palpado. De dejar que el silencio, eterno propietario del Coto, solo se vea roto por el propio diálogo de la eucaristía o por los cencerros de los mulos… De tantas y tantas cosas que estamos deseando cada año encontrarnos allí y solo allí… Y fue allí, donde nuestro amigo Luis, quedó atrapado por la más genuina muestra de fe que jamás había contemplado. Cuando el sacerdote elevó el cuerpo de Cristo, con el único dosel del azul del cielo, un escalofrío recorrió su cuerpo, mientras una lágrima escondida asomó por debajo de aquellas gafas oscuras, que le sirvieron de cómplices para no demostrarles a todos cómo de feliz era justo en aquellos momentos.

La misa terminó. Abrazó con fuerza a uno de sus amigos, y con algo de temblor en sus manos, bebió de un solo sorbo un pequeño vaso de oloroso al que alguien lo había invitado. Lo bautizaron como Luis “el de los Ánsares” y, lo más importante, ya nunca volvió a faltar el viernes de camino a aquella misa del Cerro. Donde descubrió que Dios se nos aparece para darnos una lección, cuando menos uno se lo espera…

Que en los Ánsares de arena
el mismo tiempo se para
como si alivio buscara
la Virgen para tus penas.
Que tú alma sale llena
de Dios, y sin previo aviso,
vas encontrando el cobijo
de algún abrazo sincero,
y se encuentra el rociero
más cerca del paraíso.


MONICION FINAL - BODA MANU MATEOS Y MARIA AZNAR


EL MINICUENTO DEL PRINCIPE SOLITARIO Y LA PRINCESA QUE TENIA MIEDO



Érase una vez un príncipe que vivía en una gran ciudad. Tenía un castillo grande y hermoso que invadía el sol cada mañana. No tenía foso ni puente levadizo, ya que al príncipe se le conocía por tener las puertas abiertas para todos los que se le acercaban a visitarle. Era un príncipe sin enemigos, y sin nada que temer por tanto. Un buen señor. Educado. Cariñoso. Elegante…

El único problema que el príncipe tenía es que empezaba a veces a sentirse muy solo. Sobre todo cuando algunas noches tenía que encerrarse en aquel enorme castillo. Muchas veces rezó a Dios para que pusiera en su camino a alguien que mereciera compartir con él el resto de sus días. Y sucedió que, precisamente el día en que unos amigos contrajeron esponsales, apareció en su vida esa princesa que él buscaba: risueña, simpática, cariñosa…y sobre todo muy muy buena.

Así que el príncipe y la princesa decidieron comenzar una relación no sin ciertas dificultades. Una de ellas radicaba en que el príncipe se hizo amigo de un ogro bajito y regordete que a la princesa le daba algo de miedo. Pero ni eso consiguió separarlos. Muchos kilómetros los distanciaron, muchas cartas y muchos mensajes se enviaron, vivieron a veces incluso en países distintos, pero parecía sin embargo que las dificultades más los hacían quererse el uno al otro. Hasta el punto de que cuando el príncipe quedó definitivamente viviendo solo en su enorme castillo, ambos decidieron que era el momento de vivir juntos para siempre. De acabar con los kilómetros y las llamadas, y de poder compartir cada mañana juntos como el sol entraba por las ventanas de aquel enorme castillo

Y se casaron. Y lo hicieron rodeados de los suyos y de sus amigos. Y fue un día precioso y con un sol brillante. Se casaron en una bella iglesia donde se oía el rumor del mar, y lo celebraron en un bello palacio lleno de cuidados jardines, muy cerquita del castillo donde para siempre vivirían.

Y el vino y la fiesta tuvieron más justificación que nunca porque su felicidad hizo feliz a mucha gente. Y ambos supieron desde el principio poner a Dios como guía de sus vidas y de su futuro. Porque ellos saben que es precisamente Jesús, el amigo que nunca falla, y que, gracias a él, se conocieron un día y fueron, también gracias a él, para siempre felices.


Y como alguien dijera un buen día, Colorín Colorado, este cuento….ha comenzado

EL MINICUENTO DE UN TESORO DE TELA BLANCA



EL MINICUENTO DE UN TESORO DE TELA BLANCA  

Dedicado a mis amigos Manolin y Mari...


        
Érase una vez una pareja que tenía un tesoro. Era un tesoro humilde, hecho a base de madera, de alambres y de una gran tela blanca que le daba forma. Aquel tesoro, permanecía guardado, a oscuras, en un antiguo garaje durante gran parte del año. Pero su verdadero valor, radicaba en que una vez al año, salía de aquel escondite y paseaba orgulloso por caminos de arena, de junco y de romero. Y pasó, que un año, aquel tesoro perdió su valor, porque por las cosas de la vida, iba a permanecer en aquel viejo garaje algo más tiempo del acostumbrado… Y los dueños de aquel tesoro, pasaron días y días apesadumbrados, y desubicados pensando que aquel año no tendría principio ni fin…y sin saber si aquel viejo tesoro recuperaría algún día su verdadero valor…
Pero ocurrió,… que todo cambió de repente… Y donde no había nadie, hubo amigos, y donde había oscuridad, renació el color y donde había tristeza llegó la alegría. Y aquel viejo tesoro se vio rodeado de gente haciendo flores de papel, de otros dando cariñosas puntadas de hilo blanco y hasta de otros que, brocha en mano, lo hicieron lucir para la ocasión sus mejores galas.
Y de pronto todo quedó preparado para que aquel tesoro volviera a moler sobre la arena las eternas distancias que llevaba recorriendo desde hacía cuarenta años… Que se dice pronto.
Y por eso una noche, poco antes de partir, antes de apagar la luz de aquel antiguo garaje, ambos se volvieron y él puso el brazo sobre ella... Y ambos fijaron una última mirada sobre aquel viejo carro y  sus flores de papel y sus cortinas de lunares…descubriendo nuevamente, que el valor de las cosas poco tiene que ver con el precio que tienen… Y aunque no dijeron nada,... sus ojos….lo dijeron todo.

Y un nuevo y sencillo milagro del Rocío…había empezado a nacer

sábado, 25 de enero de 2014

OFRENDA LASALIANA - MARZO 2011



EL MINICUENTO DEL NIÑO 


QUE NO PUDO SER LASALIANO   


Tengo un amigo del que no suelo hablar. Principalmente no lo hago porque creo que no le gusta que hablen de él. Aunque lo tengo por una persona abierta, suele ser bastante reservado con sus problemas y tiene en un rincón de su casa un pequeño cofre, donde guarda todos sus secretos. Aquellas cosas que a nadie cuenta… Tan poco acostumbrado está a contar sus secretos, que cuando alguna vez se ha atrevido a compartir alguno,…al final ha acabado metiendo la pata. Las cosas….

Le gusta llevar a gala aquel fandango del inolvidable Paco Toronjo, que decía 

“cuéntale al mundo tus dichas, y no le cuentes tus penas…

Que más vale que te odien,…que no que te compadezcan”

Ese amigo, nació hace ya un buen número de años, en su misma casa de vecinos como hacían los niños de entonces. Cuando muchas madres solo confiaban en una matrona, y cuando nacer en la Cruz Roja era un lujo al alcance de unos pocos. Y nació una noche de tormentas de Septiembre, cuando los nardos de la patrona descansaban en los jarrones de algunas casas, y cuando la vendimia era ya un recuerdo en los cansado riñones de muchos jerezanos. Dicen los que recuerdan el momento, que fue como un pequeño regalo para una familia que ya no contaba casi con ser más de los que ya eran. Un desliz. Un retoño. Una noticia inesperada…

Pero ocurrió, que aquel niño trajo un pequeño “defecto de fábrica…” Sus tobillos, sus pies eran un auténtico desastre. Nacieron con una extraña deformación, pies extremadamente planos y algún hueso incluso fuera de su sitio. Y comenzó junto a sus padres, en aquellos sus primeros días, su pequeño peregrinar de médicos en busca de una solución a aquella dolencia. Se acostumbró a subir a aquel frio cristal con un espejo inclinado al fondo. Se acostumbro a llevar plantillas y se acostumbró también a llevar unas horribles botas ortopédicas en busca de un futuro mejor para aquellos maltrechos pies…sin encontrarlo

Sus padres, debido a aquella situación, y con el espíritu protector que cualquier padre posee, le buscaron un colegio especial. Un colegio sin patio. Sin niños que corretearan por su alrededor por miedo a que lo pudieran caer, a que se sintiera mal por no poder correr al ritmo de otros,… por miedo a mil cosas. Y lo encontraron… Un colegio bien cerquita de la Iglesia de San Marcos, en una calle con nombre de pueblo de Huelva y de hermandad rociera: Gibraleón. San Ignacio fue el colegio de aquel niño. Mejor dicho, una gran casa, incluso a veces un hogar, convertido en colegio desde hacía años y dirigido por la inolvidable Pepita Castrelo. Conocido era en Jerez durante los años setenta y ochenta por unas fastuosas primeras comuniones, que se celebraban con la colaboración inestimable de Don Carlos, el párroco. Y a su forma, aquel niño fue feliz en aquel colegio aunque algunas veces, de vuelta a casa, al pasar por la Porvera miraba con sana envidia por el claroscuro de aquella puerta coronada por una Giralda, como otros niños de su edad lucían churretes y sus flequillos aparecían como repeinados por el sudor de aquellos juegos de entonces. Sana envidia. Pero al fin y al cabo…envidia… Haber estado en ese colegio que tanto le gustaba, hubiera cambiado su vida. Hubiera conocido aún antes a algunos de los que ahora son sus amigos,…a Jaime, a Jesús,… Hubiera quizás sido como algunos de esos amigos que tiene y que muestran con orgullo su pasado lasaliano como la bandera que les ha marcado su educación. Le hubieran enseñado otra forma de ser y de vivir. Tuvo siempre la sensación de que en esa escuela, muchas buenas lecciones se quedaron en el tintero…. Quizás, quien sabe,… hubiera aprendido incluso a ser mejor persona…

Pero el tiempo fue pasando, y aquel niño de tobillos maltrechos fue normalizando su vida. Hizo algo de deporte, algo impensable durante sus primeros años, aunque nunca en igualdad de condiciones. Y enamorado desde siempre del mundo de las hermandades, aquel niño tuvo incluso la oportunidad de sentirse costalero en la hermandad de su vida.

Pero una cosa le ocurrió una noche de cofradías… Una de esas noches de semana santa en las que por unas cosas o por otras, el cofrade tiene la suerte de quedarse solo, y vagar por las calles de nuestra ciudad en busca de lo que quiera sin tener que esperar a nadie, sin que nadie le comente, sin que nadie le interrumpa... Uno de esos momentos que de vez en cuando tiene la suerte uno en semana santa de dedicarse a uno mismo… Y los pasos de aquel niño, hecho ya casi hombre, se dirigieron hacia una plaza llena de naranjos, y en las puertas de un antiguo edificio, con la noche ganando la batalla a la tarde. Y allí en aquella plazuela, plantado sobre los viejos adoquines, un paso de palio azul y oro, esperaba la orden del capataz para volver a levantarse. Y vio aquel niño la cara de una Virgen que tenía la extraña habilidad de conjugar en un mismo verbo, la pena que ahogaba su vida y la alegría de saber que había mucha gente que la quería… Y en aquel descanso, aquellos faldones azules que acogen a veces tantos secretos, estaban levantados a medias. Y casi descansando sobre sus espaldas, los cinco costaleros de la primera trabajadera apuraban la parada conversando con el capataz, que les animaba para el poco tramo que ya les quedaba. Vio en sus caras mi amigo, el mismo semblante que le enseñó la Virgen. Unían en un mismo gesto el cansancio y la alegría. Cansados, pero contentos….como decía la sevillana. Y descubrió de nuevo en ese momento la mirada de una Virgen que sabe ser madre como pocas… Porque guarda en sus ojos el secreto de mantener al margen la tristeza, la pena que la maltrata, para entregarnos solo la esperanza, la alegría,…la dulzura de una madre. Como queriendo que los niños que entran y salen, los que gritan jugando en las soleadas mañanas de invierno y a los que ella vigila desde el silencio de la capilla, los que corretean sin rumbo por los patios de su colegio, no sientan pena por ella, no vean en sus ojos sus lágrimas sino la mirada confortadora de una amiga, de una compañera de viaje, de alguien que siempre tiene algo que decirte…

Y supo aquel buen amigo en aquel momento, que quería ser uno de ellos. Uno de aquellos costaleros que esperaban sobre el frió pavés el nuevo golpe del llamador. Supo que quería tener esa sensación que adivinaba en la cara de aquellos hombres de abajo, por los que se hubiera cambiado en aquel mismo momento….







Y fue así que en aquella noche

En un Domingo de Estrellas

Cobijado entre naranjos

En una oscura plazuela

Que La cara de esa Virgen

Ora triste ora risueña

Quedó anclada para siempre

En el mar de sus vivencias

Y prometió aquella noche

Subido en aquella acera

Embelesado en los ojos

De aquella bella princesa

Ser parte de aquel milagro

De sonrisas costaleras

Y fue que al año siguiente

Cuando llegó la cuaresma

Cuando las noches de invierno

Van buscando primaveras…

Cuando rellenan tejados

Grandes nidos de cigüeñas

Que aquel niño hecho ya hombre

Ante tus plantas viniera.

Con la ilusión de un novato

Y la humildad del que empieza

Vino a buscarse algún hueco

Donde cumplir su promesa

Y aquel viejo capataz

De nombre envuelto en leyenda

Puso mi nombre en la lista

De esa cuadrilla señera

Una cuadrilla que quiso

Tratarme como si fuera

Uno más de entre los suyos

Sin examen ni protesta…

Y encontré a Lolo Serrano

Al que yo, ya conociera

Desde aquellos campamentos

Por El Bosque y Grazalema

Y conocí a Coronilla

Y al lado a Manolo Vega

Y venia Jesus Gonzalez

Con el que a veces saliera

Casi arrastrando los tiestos

Bajando por la Porvera

Y viene Manu Mateos

Y Tomás en la primera

Y en la segunda va “El Mondi”

Con Rafita “El Candileja”

Y venían los Segura

A los que aprecio de veras

Y ahora viene Alejandro

De la Junta savia nueva

Y viene Vicky en la cuarta

Tinajero y el Contreras

Juan “Pantani” y el Mateos

Animando en la derecha

Y viene Alfonsito Tellez

Y con él David Beteta

Edu, Cordero y “EL Chicha”

Como siempre en la trasera…

Y casi siempre conmigo

Bien delante o a mi vera

Curtido en diez mil batallas

Viene un tal Lolo Becerra

Con perdón de los perdones…

Un costero de primera

Gente sencilla y de raza

Lasaliana y costalera

Que hicieron pronto que el sueño

De aquella oscura plazuela

El sueño de ver tus ojos

Reflejados en las señas

Que hacían algunos padres

A sus hijos en la acera

Aquel sueño Virgen mía…

Hicieron que se cumpliera…

Y fue que se obró el milagro

Aquel milagro que hiciera

Que aquel niño sin colegio

De plantilla y botas negras

Hoy sea los pies de la Virgen

De la mirada risueña

¡Y que este humilde milagro

Lo pregonen donde quieran!

Por si alguna vez mi pueblo

Como alguna gente sueña

Quiera poner en tus sienes

Una corona de Reina…

Solo te pido una cosa…

Que pasen pronto las fechas

Que termine este calvario

De los veinte días que restan

Quiero que pase ya el tiempo

Quiero que acaben las cuentas

De ese rosario de ensayos

En tu vieja parihuela

Ya sueño con despertarme

Buscando el sol en mi puerta

Con la sonrisa marcada

Como el chiquillo que estrena

Con mi molía y mi faja

Y ropa blanca pureza

Volver a entrar en el patio

Y asomarme a aquella reja

Presintiendo tu mirada

Que tantas cosas me cuenta…

Que pasen pronto los días

Quiero tachar las calendas

Quiero oír al capataz

Gritando “Al cielo con Ella”

Y rezar el “Salve Madre”

Cuando lleguemos de vuelta…

No pude ser lasaliano

Y así redimo mi pena

Volviendo año tras año

A tu fiel trabajadera

Haz que pase pronto el tiempo

Te lo ruego…Virgen Buena…





Que quiero gritarle al mundo

En un domingo de Estrellas

Que oliendo a palmas y a incienso

Mi Virgen ya está saliendo

Por las puertas de Mi Escuela….