lunes, 16 de diciembre de 2013

MINICUENTOS DE NAVIDAD III



MINICUENTOS DE NAVIDAD III

( NAVIDAD 2011 )


Tengo un amigo que buscaba un regalo de Reyes. Después de deambular por el centro, miró escaparates, entró en varias tiendas, se dejó recomendar por varias dependientas… hasta se compró un cartucho de castañas calentitas en el puesto que llena de humo la Alameda de Cristina durante estos días. En un último intento, se le ocurrió pasar por una librería que había por allí cerca, a ver si conseguía encontrar algo. Paseó por ella, y mirando, mirando… le llamó la atención un estante, porque estaba prácticamente vacío. En el margen izquierdo de la balda, se dejaba caer lo que parecía ser el último ejemplar de aquel título, que, según los indicios había sido un éxito. Lo cogió, y su portada le mostraba un paso de palio de espaldas, iluminado por una candelería. La verdad es que esperaba otra cosa... Mostró cara de asombro y extrañeza… El título le pareció algo largo… “Devoción y Milagro….” pero sin darle tiempo a terminar de leerlo, alguien le golpeó en el hombro y de forma taxativa y con algo de guasa le dijo: “¿Te lo quedas o no? ¿No ves que es el último?”. “Por supuesto que sí...” -respondió. Y se llevó bajo el brazo casi sin saberlo, aquel tesoro encontrado por casualidad…


Había un hombre durmiendo un día la siesta en casa. Vivía solo desde hacía tiempo, y la soledad a veces te hace perder la noción del tiempo y de las obligaciones. La tele, necesaria compañera del sueño y casi de su vida, emitía un nuevo programa basura donde la gente se gritaba hablando temas sin demasiada importancia. Aquellos gritos se tornaron silencio, y fue precisamente esa calma la que le despertó… Viró la cabeza hacia la ventana. Se había hecho de noche…una vez más. Se levantó, se aclaró la cara con algo de agua fría, se puso un sombrero y una gabardina, y se dispuso a dar un paseo, sin saber casi ni la hora que era. Y paseó como siempre con la cabeza agachada y la mirada perdida, pensando en las cosas que no tenía con quien compartir,… salvo con él mismo. Pero de pronto pensó, que la calle estaba más vacía de lo habitual… Miró hacia su viejo reloj de muñeca, y la esfera, le mostraba en un pequeño recuadro un número veinticuatro… De pronto supo que era Nochebuena. Y lamentó que para él, a pesar de todo, solo era una noche más. Y en silencio volvió de nuevo a la soledad de su casa, pensando que quizás hubiera sido mejor no haber salido.


Conocí de pequeño a un pastor. Le recuerdo perfectamente. Como si lo estuviera viendo ahora mismo. Ropa de tela encolada, pelo castaño, barba perfilada, una vara de madera en la mano derecha… Era feliz en aquel belén en el que vivía. Un Belén coqueto y familiar,…sin colas de visitantes, sin megafonía machacando villancicos. Lo mismo un año estaba cuidando un rebaño, que al siguiente tenía un cántaro junto al río, que tenía el honor de llevarle un regalo al mismísimo niño Jesús. Era feliz con lo que le encargaban, o al menos, eso parecía. Hace unos años que lo guardaron en su caja de siempre, y no volvieron a sacarlo nunca. Se pregunta que debió pasar “ahí fuera” para que haya perdido la oportunidad de salir como cada año. Yo, en el fondo, también lo echo de menos, y eso que yo sí que sé porque ahora no sale de su estrecho escondite. Me pregunto incluso, si algún día volveré a verle o si, por el contrario, acabará dentro de unos años en la lejana tienda de un anticuario. Mientras, él sueña cada noche, con que alguien lo saca de esa pequeña cárcel en la que ahora vive., para volver a oler a lentisco, a corcho y a serrín mojado… Que así sea…


Estaba una mujer sentada en una fría silla. Estaba agotada. No llevaba la cuenta casi de los días y las noches que llevaba en esa extraña habitación en la que la luz era más tenue y decenas de pequeños pitidos, marcaban el ritmo de la vida a algunos niños que habían venido a este injusto mundo con algún problema. Tenía las manos unidas a la altura de su falda y en sus manos fijaba su mirada pensando en que el tiempo parecía no pasar dentro de aquellas cuatro paredes. De vez en cuando, levantaba la vista para mirar a su pequeño, que dentro de una de esas pequeñas urnas de cristal, rodeado de cables, también dejaba que un leve pitido le marcar el ritmo de su reciente vida. El sueño, la venció con la mirada puesta en esas manos cansadas y con el cuerpo, guardando el equilibrio en aquella recia silla, que resultaba más incómoda por minutos. De pronto, algo sintió en sus manos, que le hicieron despertarse con sobresalto. Al principio, casi no sabía dónde estaba, pero cuál fue su sorpresa, cuando descubrió que lo que le había despertado en las manos, había sido un puñado de fríos caramelos de colores. Levantó la mirada, y sobre aquella triste incubadora, otro puñado de caramelos parecía dulcificar aquella realidad tan cruda. Tanto que hasta su niño pareció esbozar una sonrisa...Cuando quiso darse cuenta, miró hacia la puerta dándole tiempo a ver como desaparecía con premura el vuelo de una preciosa capa roja probablemente en busca de otros milagros. Aquel año en el que, precisamente, había olvidado escribir su carta, recibió sin duda uno de los mejores regalos que jamás podría recordar.


Iba un hombre caminando por una calle sin destino. Vestía pantalón ancho, camisa de color llamativo y una chaqueta abierta que acompañaba al cuello un pañuelo a juego. En la mano derecha, metida en una vieja funda, aquella vieja guitarra que siempre le acompañaba. La densa niebla ocultaba el horizonte y no sabía muy bien por donde andaba. Caminó y caminó,… hasta que en el fondo, casi alcanzó a vislumbrar una casa con una puerta grande de madera, con un postiguillo entreabierto. Se dirigió hacia ella, con la duda rondando por su cabeza y la certeza de que aquel destino podría abrirle los ojos ante tanta incertidumbre. Al acercarse, reconoció a lo lejos, el punteo inconfundible de un amigo que, con su guitarra, intentaba darle forma a una falseta de un villancico con un eco que hubiera reconocido en el fin del mundo. Empujó la puerta levemente, y desde la penumbra de aquel salón se oyó un dulce y a la vez sorprendido “¡¡¡Manúe!!!”… “¡¡¡Manué!!!-contestó él igualmente. Y los dos “Manueles” se miraron y, sin mediar palabra, se sentaron uno frente al otro, para buscar el último compás de aquella falseta inacabada.

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Tengo un amigo desde hace poco más de un año. Él no sabe que ahora es Navidad. Ni falta que le hace. Porque, sin saberlo, lleva dentro todo lo que esta fiesta predica y promueve. Siempre está feliz, nunca se enfada, entrega lo que tiene pidiendo muy poco a cambio… Tiene la habilidad de hacer sonreir a todos los que con él se encuentran. Bueno,…para ser sinceros, a casi todos…En realidad, él me ha hecho volver a pensar que deberíamos intentar, que fuera Navidad todo el año. Incluso me ha hecho pensar que a lo mejor no hace falta creer que Dios nace dentro de unos días para tener un corazón como una Catedral. Y es cierto que no hace falta… A pesar de eso, sigo alegrándome de celebrar que Cristo nace dentro de cada uno de nosotros dentro de solo unos días y que eso también nos ayuda a nosotros a intentar ser mejores. Y creo por eso también, que, aunque él no lo sepa, Cristo nace en Nochebuena en su corazón y también en el de otros muchos,…sin que ni ellos mismos lo sepan. Espero que tú no seas uno de ellos…

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FELIZ NAVIDAD A TODOS…

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