viernes, 17 de julio de 2015

EL MINICUENTO DE LOS 2.500 KILOMETROS…

EL MINICUENTO DE LOS 2.500 KILOMETROS… 
(Publicado en internet en Noviembre de 2011)
 
Tengo unos amigos a los que echo de menos. Ya fueron protagonistas de un minicuento no hace mucho… Fue en Navidad, porque habían decidido marcharse lejos en busca de algo mejor para ellos y para su hijo. En aquel momento todo parecía como un mal sueño, como una retorcida trampa que el destino les había puesto a ellos, y de forma indirecta también a nosotros y a todos los que los queremos… Pero no… Pasaron aquellas navidades y, casi por fascículos, aquella pequeña gran familia se marchó a una ciudad de nombre desconocido para casi todos, dejando en esta su tierra a sus familias, a sus amigos, a sus devociones…

Durante todo este tiempo, las distancias se han acortado a base de teléfonos, de correos, de mensajes… Cuando alguien quiere mucho a su ciudad y a las cosas de su ciudad, le es mucho más complicado vivir lejos de ella. Sé de primera mano, que allá donde estaban consultaban a diario esta página que usted lee ahora mismo, seguía las noticias de los diarios, se conectaban a esa emisora municipal que ahora se debate entre la vida y la muerte… y hasta la web de la Hermandad del Rocío, para ver cuando se celebraban las tan esperadas elecciones,… Hablabas con ellos y parecía que no se habían marchado nunca. Siempre estaban al tanto de todo. Solo cuando veíamos sus fotos con ropa de abrigo mientras nosotros estábamos en la playa, o cuando nos decían en Septiembre que tenían la chimenea encendida, volvíamos a una realidad plasmada en una gran isla, en un mapa, a muchos, muchísimos kilómetros de Jerez…

Hace unos días, algunos de aquellos amigos que aquí nos quedamos, cometimos la locura y el atrevimiento de ir en su busca. Además de hacer algo de turismo, estos días que hemos compartido con ellos nos han servido para mucho….y creo que a ellos también. Ahora, somos capaces de ponerle cara al basurero de su pequeño pueblo, no tenemos que imaginarnos su casa ni su barrio y no tenemos que imaginarnos el frio que hace cuando cae la noche, porque tuvimos tiempo de comprobarlo nosotros mismos.
Nos traemos muchos recuerdos, algunos imborrables, de aquellas tierras de eternos prados verdes donde el ganado pasta como si el tiempo no pasara para ellos. De una tierra donde el mar se abraza con el horizonte y con las nubes, en un infinito aún sin nombre. Imágenes de una tierra donde los lagos no tienen final ni principio, porque sus aguas viven en una permanente pausa…
Pero si algo nos traemos todos, es la imagen y la voz de un “pequeñajo” rubio que nos ha hecho sonreír sin parar. Capaz de pedirle un vaso de agua en inglés a un camarero, de darte un golpe en la cara y decirte “sorry”, pero a la vez capaz de cantar “La Marimorena” o el inconfundible “Ole con Ole con Ole” de la Salve de la Hermandad de Jerez… Yo además me traigo en mi mochila, una corta conversación que tuvimos los dos, un día desayunando, donde, a trancas y barrancas, intentaba explicarme que este año se iba a vestir de “peitente” como el primo Curro, el tío Pachi y como Papá… Espero no perdérmelo correteando vestido de negro y de blanco la tarde del Jueves Santo. Será sin duda buena señal para todos…


Hasta cuando vosotros queráis amigos. Por aquí, por vuestro Jerez, andamos…. Mil gracias


miércoles, 15 de julio de 2015

EL MINICUENTO DEL PUEBLO QUE QUISO SER MARINERO

Del Pregón de las Glorias de María del año 2012...
( Foto: Paco Holgado)

Érase una vez un pueblo
con sombras de altas fachadas,
de balcones con geranios,
de casas siempre encaladas.
Era un pueblo que tenia
inviernos que no llegaban,
veranos de abanicarse,
primaveras dibujadas.

En el pueblo, por sus calles,
por sus barrios y sus plazas
los vecinos en las puertas,
casi siempre susurraban,
esas cosas que a diario
del pasado recordaban.
Sus techos eran de tejas,
sus callejas empedradas,
Sus canales conducían
agua de lluvia atrapada.
En las horas de la tarde
cuando el sol más apretaba,
los zaguanes, en secreto
a la gente resguardaban
del calor, y en un botijo,
su sed veían calmada.

En el pueblo, los mayores
por las calles paseaban
buscando viejos tabancos
y apoyados en su barra,
charlaban con los amigos
y entre vinos, y entre cañas…
iban quemando las horas
que a su vidas le restaban.

En su mercado de abastos
que siempre llamó “La Plaza”,
en los puestos, los tenderos
con esmero se afanaban
preparando las verduras,
los pescados y viandas.

Aquel pueblo, qué curioso,
sentía brisas soñadas
y rumores de oleajes
con rastros de espumas blancas.
Hasta en el alto de un cerro
una Ermita resguardaba
al Patrón de los barqueros
que San Telmo lo llamaban.
Desde esa vieja capilla,
fijándose en lontananza,
se divisaban los barcos
atracados en las playas
que un rio de aguas tranquilas
con sus meandros formaba.
El mar no estaba tan cerca
dos o tres leguas, en barca…

Pero aquel pueblo que os cuento
de marineras entrañas
siempre latía entre redes
y entre anzuelos, y entre cañas,
y entre cestos de pescado,
y al ritmo de la almadraba,
y hasta con grandes veleros,
que en él postraban sus anclas.

Sintiéndose marinero,
no le quedaron más cartas
que encomendarse a la Virgen
que a los mares siempre ampara…

Le puso mil azulejos,
y las madres en sus casas,
usaban siempre su nombre
si por algo suspiraban…
La veneraron por siglos
las familias entregadas
a un bendito escapulario
que de sus cuellos colgaba.
Y por eso fue del pueblo
la primera coronada
con ráfagas de oro fino,
con rubíes y esmeraldas,
con escogidos diamantes,
y perlas al mar robadas…
Una corona que el pueblo…
hiciera con mil migajas
que regalaron sin prenda
las gentes de rentas altas,
los padres trabajadores,
y humildes amas de casa.

Mi pueblo no es marinero
pero late entre campanas
cuando llega el mes de Julio
y en sus noches la acompaña
rezando a coro la salve
a la Virgen dedicada.

Mi pueblo no es marinero
pero por ti sueña y canta
a los sones de Tejera
entre marchas y entre palmas,
Y quiere Jerez gritarte
que a ti, mi Virgen del Carmen…

Te quiere con toda el alma…