EL MINICUENTO DEL PRINCIPE SOLITARIO Y LA PRINCESA QUE TENIA MIEDO
Érase una vez un príncipe que vivía en una
gran ciudad. Tenía un castillo grande y hermoso que invadía el sol cada mañana.
No tenía foso ni puente levadizo, ya que al príncipe se le conocía por tener
las puertas abiertas para todos los que se le acercaban a visitarle. Era un
príncipe sin enemigos, y sin nada que temer por tanto. Un buen señor. Educado.
Cariñoso. Elegante…
El único problema que el príncipe tenía es
que empezaba a veces a sentirse muy solo. Sobre todo cuando algunas noches
tenía que encerrarse en aquel enorme castillo. Muchas veces rezó a Dios para
que pusiera en su camino a alguien que mereciera compartir con él el resto de
sus días. Y sucedió que, precisamente el día en que unos amigos contrajeron
esponsales, apareció en su vida esa princesa que él buscaba: risueña, simpática,
cariñosa…y sobre todo muy muy buena.
Así que el príncipe y la princesa decidieron
comenzar una relación no sin ciertas dificultades. Una de ellas radicaba en que
el príncipe se hizo amigo de un ogro bajito y regordete que a la princesa le
daba algo de miedo. Pero ni eso consiguió separarlos. Muchos kilómetros los
distanciaron, muchas cartas y muchos mensajes se enviaron, vivieron a veces
incluso en países distintos, pero parecía sin embargo que las dificultades más
los hacían quererse el uno al otro. Hasta el punto de que cuando el príncipe
quedó definitivamente viviendo solo en su enorme castillo, ambos decidieron que
era el momento de vivir juntos para siempre. De acabar con los kilómetros y las
llamadas, y de poder compartir cada mañana juntos como el sol entraba por las
ventanas de aquel enorme castillo
Y se casaron. Y lo hicieron rodeados de los
suyos y de sus amigos. Y fue un día precioso y con un sol brillante. Se casaron
en una bella iglesia donde se oía el rumor del mar, y lo celebraron en un bello
palacio lleno de cuidados jardines, muy cerquita del castillo donde para
siempre vivirían.
Y el vino y la fiesta tuvieron más
justificación que nunca porque su felicidad hizo feliz a mucha gente. Y ambos
supieron desde el principio poner a Dios como guía de sus vidas y de su futuro.
Porque ellos saben que es precisamente Jesús, el amigo que nunca falla, y que,
gracias a él, se conocieron un día y fueron, también gracias a él, para siempre
felices.
Y como alguien dijera un buen día, Colorín
Colorado, este cuento….ha comenzado
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