MINICUENTOS
DE NAVIDAD VI
(NAVIDAD 2015)
Tengo una amiga a la que le gusta disfrutar
la navidad de cabo a rabo. Sin miedo a caer en la exageración, creo que le
gusta desde unos cuantos días antes del cabo… La vive, la espera,… la exprime. Canta,
baila, ríe,… Tanto la exprime que a veces su garganta e incluso sus pies le
dicen por las noches que ya está bien. Es de las primeras que empieza a
celebrarla y casi de las últimas en echar el telón, cuando en la tarde del
cinco de Enero espera la llegada de los Magos de Oriente como si de una zagala
se tratara. Este año su navidad tiene un punto y aparte antes de lo esperado.
Una aventura necesaria, la iba a llevar lejos de los suyos y de su ciudad hasta
una tierra muy lejana, justo antes de que la ilusión se convirtiera en papel de
regalo y en noche de nervios. Se fue
haciendo a la idea, con un pequeño nudo en el estómago, mientras buscaba
alojamiento y conocía los detalles de esa ciudad hacia la que partía y en la
que iba a pasar los próximos meses. Curiosamente, cuando pensaba que este año
los Reyes no venían a verla…alguien le descubrió que los Reyes de Oriente
descansan para siempre en la Catedral de esa ciudad a la que se dirigía.
Curioso ¿verdad? Tantos años esperando ansiosa su llegada…y casi sin saberlo el
próximo cinco de Enero estará más cerca que nunca de ellos. Esta vez no tendrá
que esperarlos, sino aún mejor, salir a buscarlos. Que lo disfrutes…
Luis solía bajar todas las mañanas a tomar
café al bar de su amigo Juan. Aquella mañana se estaba vistiendo sin prisa
cuando su mujer se acercó diciéndole “Cuidao el jaleo que tiene hoy Juan en el
bar…”. Luis retiró con cuidado el visillo de una ventana, y pudo ver como la
esquina del bar era una auténtica algarabía. Hacia el bar se dirigió mientras,
sin poder evitarlo, aquel llamativo anuncio de la lotería le iba dando vueltas
en la cabeza y pensando que él, como el protagonista de aquella historia,
tampoco llevaba ningún décimo aquel año. Al entrar en el bar, le pareció estar
realmente inmerso en aquella historia cuando veía a la gente abrazarse, gritar,
brindar,…mientras un grupo cerca de la barra agitaba con fuerza unas cuantas
panderetas y torpemente intentaban cantar, al menos el comienzo de un
conocido villancico. Entre el miedo y la vergüenza, se fue acercando a la barra
de metal llena de pequeños vasos de anís y donde Juan, el dueño, era el primero en hacer sonar su pandereta con
una sonrisa de oreja a oreja. Con la voz entrecortada y con los ojos
desencajados le pregunto “Juan, por tu madre,…no me digas que ha tocado la
lotería…que no llevo ningún décimo” Y Juan respondió sin dudarlo…”Que va joe…si este año no hemos jugao ni ná.
Pero y lo bien que nos lo pazemo…” Y Luis soltando un enorme suspiro, cogió
también una pandereta mientras con un pañuelo secaba el sudor de su frente…
Érase una vez hombre que vivía en una
solitaria casa alejada de la ciudad. Aquella humilde cabaña, se elevaba en una
pequeña colina a unos kilómetros de la carretera, y cuando la noche era clara,
desde su porche se podía divisar a lo lejos el resplandor de las luces de una
gran ciudad. Aquel hombre, era feliz allí a su manera, acompañado por un par de
perros fieles y con las mínimas comodidades posibles. Decidió irse allí cansado
del bullicio de aquella ciudad que a veces oía a lo lejos, harto de no soportar
a la gente y a veces de no soportarse ni a sí mismo. Cenaba aquella noche, como
siempre solo, un plato caliente de sopa mientras sus dos animales le miraban
fijamente esperando algún trozo de pan. Mientras cenaba, cambiaba una y otra
vez los canales de su vieja televisión intentando encontrar alguno que no
estuviera dando las noticias, donde una y otra vez las familias hacían alarde
sobre la cantidad de manjares que iban a cenar aquella noche en la que todos volvían a reunirse. Apagó la tele, acabó la sopa, y marcho al porche a fumar un
cigarro flanqueado por sus dos perros, mientras divisaba en el horizonte el
resplandor de aquella ciudad que parecía aquella noche brillar más fuerte que
nunca. Y por un instante su mente quiso imaginar si en esa enorme mole llena de
personas, habría quizás una sola que le echara de menos… Despacio y casi sin querer elevó
su mirada y una enorme estrella fugaz atravesó el cielo durante unos segundos
interminables… Un escalofrío recorrió su cuerpo como casi no recordaba. Y
decidió volver dentro a vivir su soledad, antes de que aquella señal del cielo
le hiciera recordar y reconocer que había tenido mejores nochebuenas que
aquella.
En una casa, en la noche de Reyes, ya casi
todos dormían. En realidad todos, menos el patriarca de la familia que ya había
recibido a los Magos de Oriente sin que sus hijos ni su mujer se enteraran. Les
había dado los vasos de leche que estaban preparados y también le había dado de
beber a los camellos para que prosiguieran su largo viaje. Los Reyes habían
dejado sus regalos, y aquel padre los estaba preparando para que sus hijos
pudieran verlos completamente listos cuando el sol de la mañana los despertara.
O probablemente un poco antes… Una vez todo preparado, se acumularon un par de
montañas de papel y algunas cajas que estorbaban en aquel salón, convertido un
año más en un reino de ilusión. Intentando hacer el menor ruido posible decidió
bajar todo aquello que estorbaba y echarlo a un contenedor cercano. Metió el
papel en aquellas cajas de cartón y bajó como pudo en el ascensor aguantando
las cajas haciendo malabares y riéndose de sí mismo viéndose reflejado en el espejo. Se
acercó al contenedor y lo tiró todo, pero un ruido raro le hizo volverse cuando
emprendía el camino de vuelta. Miró dentro y vio que algo torpemente se movía. Un
pequeño cachorro, abandonado por alguien sin corazón, se chocaba con toda la basura y lloriqueaba intentando
buscar una salida que se le planteaba imposible. Lo rescató como buenamente
pudo y en sus manos pudo observar que era un auténtico peluche de color
caramelo y con ojos claros que le miraba mientras movía alegremente su rabo. Mirándole
a los ojos le preguntó “Y tú ¿quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿Y qué hago yo
contigo aho…?” y aquella última frase se interrumpió con una tremendo lametón en
la cara que le hizo callarse de repente. Se lo echó bajo el brazo y soltando un
enorme suspiro volvió al edificio, pensando en cómo convencer a su mujer de que
los Reyes existían realmente…y los malnacidos también.
Tengo unos amigos que creen en un amigo. En
realidad son muchos los que creen en él, porque él mismo se define como amigo
de los hombres. Estos amigos, suelen ser gente de paz y gente buena. No intentan
imponer sus ideas a gritos, ni usan la violencia ni las armas para compartir
sus ideas, y no creen que al cielo prometido se llegue poniéndose un cinturón
lleno de bombas y haciéndose explotar. Lo más que pueden llegar a hacer a veces,
es a usar unos tambores o en todo caso a cantar sin descanso cuando celebran su
fiesta más importante, aquella en la que se recuerda el nacimiento de aquel
amigo al que adoran. Ellos no reparten terror sino alegría. No reparten tiros,
ni muerte, sino besos y abrazos. Tan generosos son que esa fiesta del
nacimiento de su amigo, se celebra en todo el mundo y por todo el mundo.
Curiosamente incluso por aquellos que no creen en él. Y ello no les molesta… Al
contrario. Porque saben que en el fondo, la gente aprovecha esos días para
arreglar algunos problemas y para desearse sinceramente que la paz reine en los
corazones de las personas. No sé tú, que ahora me lees, si crees que él nace en
estos días que celebramos. Yo sí que lo creo. Sinceramente, y por desgracia, es
en las pocas cosas en las que creo ahora mismo… Si crees en él y en su
nacimiento que pases una Feliz Navidad. Y si no crees…también. Estás invitado a
participar en esta fiesta nuestra, en la que, al menos por unos días…todos
intentamos ser un poco mejores. Solo con eso, ya merece la pena todo esto…¿verdad?
FELICES PASCUAS A TODOS
No hay comentarios:
Publicar un comentario